Un pedazo de noche de viernes

Un momento. Un suspiro. Una imagen. Un sonido. Un recuerdo. Un olvido. Cuerpo tendido en una quejumbrosa pared, pintada de sueños por un artista anónimo, con delicada pasión y entrópica armonía. El concepto tiempo se disuelve como la nieve encima de la tez de un joven olvidado por primera vez. Ojos nublosos y cerebro pastoso se disponen a trabajar como socios reconciliados, con un propósito mayor a sus propias rencillas. El oído procura su aporte, filtrando las pocas ondas armónicas capaz de captar. La melodía de música lejana ambienta el espectáculo, teñida con trompetas melancólicas y bajos compases. Los esperpentos fantasmagóricos le procuran poca atención, simplemente entonan en coro el himno revolucionario que su creador quiso enfatizar con un sencillo estribillo, fácilmente reconocible, fácilmente olvidable. Un baño de luces tenues, proveniente de un viejo candelabro enredado en una viga de madera rústica, envuelve las sombras con papel dorado, sirviendo en bandeja la ilusión solemne de un altar fúnebre. Dos miradas, clavadas como estandarte en la cumbre, no atienden al griterío soporífero que circula a su alrededor. Sonrisas y pupilas dilatadas. Un pelo en la mejilla amaestrado delicadamente por su siamés risueño. Un cuerpo par, sustento por cuatro piernas, invocando las llamas del cielo con cada uno de sus lentos contoneos. Aplastado contra la entrópica armonía, con delicada pasión. Sus aliadas sombras resuelven su intimidad, otorgando el placer de no ser molestado, y solo gozar de ese pequeño pedazo de universo, creando el suyo propio. Hermoso y trágico para el espectador. La tez se comprime y se desvía la mirada. Ojos y cerebro han vuelto a porfiar y el trato se ha roto. Oído vuelve a la cama, intentando no colerizar debido a sus ruidosos vecinos. El concepto tiempo entra por la puerta, se quita la chaqueta y vuelve a entablar conversación infinita con los invitados. Me percato del pedazo de cristal que sostiene pacientemente mi brazo, concretamente en el fresco néctar de traición que palpita en su interior. Brazo coge la seña, y lentamente se quiebra para darme el consuelo irrisorio. Todo oscurece. Queda un recuerdo. Queda un olvido.

1 comentario:

Diego Montero dijo...

Joder Peyi, mola tu forma de escribir... sigue así.

Revisa el correo!! te he escrito!