Repitiendo juego

Siempre es lo mismo. Primero un zapato, a veces una sandalia, siempre más apetecible, más llamativa, más piadosa con nuestro lóbulo izquierdo. Tal vez las uñas pintadas, puede que un brazalete de plata, la marca de una ensoñación que jamás se olvidará, o la solitaria y punteada piel que se derrama hacia arriba, rompiendo toda regla gravitatoria, una ley dispuesta a darnos problemas. Serios. El tono de piel siempre evoca de alguna manera un decorado anterior, tal vez una puesta de sol en el retiro, o una noche tonta en la discoteca de turno, con dos copas de más, y buscando las que quedan de menos, o tal vez ese café extraño en la casa pepe, que acabó en el hostal rosa, o un río extranjero bajo el vagón de un tren comunista, un voyeur de la mejor expresión de intercambio cultural que el ser humano puede realizar, o tal vez mi habitación envuelta en un apetitoso aureola de tostadas, zumo exprimida y pétalos de rosa arrugados. No falla, la tramoya cambia, el tramoyista siempre es el mismo, y siempre comienza su trabajo de la misma manera, como buen artista. Sin embargo, poco a poco dejamos que nuestra mente deje de divagar en recuerdos lejanos para centrarnos en los que nos pueden dejar las siguientes horas, nunca las siguientes semanas, tristemente. Falda larga o cinturón ancho, tal vez pantalón, a lo payaso, pirata, cow-boy, años 50, 60 ó 70, que coño más dará el principio, siempre acaba igual. Solo sirve para prejuzagar, previsulizar, componer una imagen mental de la hora que seguirá, y si esta merecerá la pena para llegar a paliar los impulsos instintivos, los más estúpidos de los que uno puede hacer gala. Llegados a este punto, el alcohol siempre ayuda. Y al subir, desvelar el conjunto que viene agarrado con su compañero de abajo, ya sea de izquierdas, de derechas o de centro comercial, sea triburbana impersonal, o solitaria normalidad, siempre combinando, creando en una combinación un disfraz carnavalesco que pocas veces tiene algo correspondiente a lo que se oye detrás del antifaz, siempre sobrecargado y esperpéntico, más aún cuanto más se quiere vender. Al llegar al espejo del alma uno está tan viciado por lo que el lóbulo reincidente ha compuesto en una serie de sinapsis que apenas nos importa lo que nos encontremos, solo sirve de descarte, corroborando nuestros deseos o abortándolos, todo siempre regido de nuestro nivel de consciencia. Y empieza el aburrido juego, a veces con un contrario interesante, otras veces demasiado fácil, otras sencillamente aburrido, dejando ganar con el primer espasmo epiléptico que parecía ser una risa. Comentarios ingeniosos vacíos, que divertidos, siempre iguales.

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