Algo huele a podrido sobre mis zapatos

Cuando todo el aire que te rodea está viciado, apestado, hediondo, infecto, provoca arcadas, y cada una de las almas errantes que irradian vida a tu paso despiertan los más oscuros y ancestrales impulsos homicidas, algo huele a podrido.  Amor a la desidia, al caos, a los oscuros pecados purificadores, a los más lúgubres poemas malditos. Amor al herpes, a la sífilis y la gonorrea, a la mujer elefante y sus forúnculos, a la pintura negra, los relatos muertos, la poesía sudada.  Sonrisa por un columpio vacío, una ruptura, una bomba lanzada, una uña rota, un James Cole abatido a tiros en el aeropuerto, bajo su propia mirada, sus propios ojos acusadores, lo propio. Él. Y la vergüenza que ello provoca. Loser. Perdedor. Y el mundo hace puf. Un globo pinchado por la espina de una rosa, un dirigible estrellado en el Empire State, la mosca en la sopa, hierro candente en el ano. Huele a podrido. Salivo. Me alimenta.

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