Alabad el libre albedrío

Sobrevolando el mar Adriático, mientras contemplo el oscuro vacío más allá de la ventanilla en la plaza 23 del Boeing más número a elegir, que personalmente defino como compartimento metálico para rebaño humano de bajo coste, me envuelve la empatía con este inválido paisaje, un vacío existencial sobre el posterior devenir de los acontecimientos en esta, mi cojonuda existencia. Puedo ser más que repetitivo al hacer mella, con sacacorchos y sin pañuelo, en esta triste desazón que corrompe los bellos sentimientos que intentan aflorar bajo mi pericardio, cual flor que se procura un porvenir entre las grietas de las tejas. No me disculpo, ya que aún no me han devuelto la Desert Eagle encasquillada que mandé reparar, y no puedo obligarles a disfrutar de mis escritos al estilo americano. En cualquier caso, todos sabemos lo que es “sufrir” de esta obsesión por los años venideros, y por que sendero es más sencillo llegar a Oz. Sin embargo, antes de embarcarse en ideas de romanticismo tardío o de generación X, es preferible asumir que este “sufrimiento” a tener que sufrir realmente como miles de seres humanos que no pueden disfrutar de nuestro “sufrir” pues no tienen más elección en la vida que seguir el camino marcado de la supervivencia. No es necesario recorrer miles de kilómetros hacia cualquier punto del globo, aunque pudiera serle más que recomendable a más de un señor bigotudo que llena su boca de la burda verdad del ignorante. Personalmente, encuentro testimonios vivientes entre las hermosas paredes de mi hogar parental. Cada vez que la crisis existencial hace su aparición en la entrada de mi sosegada cabezota, sin invitación previa y sin presente para el inquilino, abro la caja de música para que retumben en las paredes de mis temporales las sabias palabras de mi santa madre: “aprovecha cada oportunidad que te brinde la vida hijo, cuando fui pequeña, a los 7 años, me sacaron llorando de la escuela para trabajar y cuidar de mis hermanas. Ahora tenéis todas las oportunidades en bandeja.” Da que pensar, sin duda. Lo curioso es que más de uno no piensa en sus dudas. Sólo se queja. A veces pienso en la gente que luchó, y que lucha, por el simple hecho de disfrutar del libre albedrío, que dios nos concedió, como diría un católico liberal. Y siento como se tiran a la basura años de sudor y sangre. Probablemente a más de uno le viniera bien una buena ración de represión, previo pago en caja. Esto provocaría la lucha por sus derechos como mamífero con pulgar oponible y teléncefalo altamente desarrollado, y saborearía cada pequeña elección que transcendiese en su existencia, como perlas de ambrosía que gotean de las barbas de los gulosos dioses. El “sufrir” se transforma en bendición, y cada elección ya no es un reto. Es una placentera travesía con la que deleitarse en cada error y en cada acierto.

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