Pensando demasiado

Te levantas, con la almohada chorreando por tu propia saliva, y en un charco de sudor que tu inteligente cuerpo ha generado durante toda la noche para destilar, las inmensas cantidades de sustancias psicotrópicas que desafortunadamente tu conciencia concibió como divertida engullirlas unas horas antes. Seguramente, todo el que lea esto alguna mañana habrá resucitado de esta manera, con una ligera neblina en la visión y la conciencia de la desposesión material de cada uno de sus miembros. Si no es así, te recomiendo que lo pruebes amigo. En cualquier caso, en uno de estos millares de días que se suceden en nuestra incongruente existencia, ocurre algo más allá del odio a la humanidad característica. El momento en que todo veinteañero con demasiados pájaros en la cabeza se pregunta: ¿qué coño hago con mi vida? Sin duda, tienes tus preferencias marcadas, pero llega un momento que te preguntas si cada uno de los palos de ciego lanzados han servido para encontrar la salida, o sólo para quedarte sin aliento al buscarla. Te encuentras frente un río que cruzar y recurres, como cuando de pequeños, al clásico sistema de lanzar una piedra para descubrir el lugar menos profundo y poder cruzar con menos problemas. Y así, día a día, año tras año, lanzas más o menos piedras buscando ese maldito sendero subacuático que te guía directamente al otro lado, atravesando este turbulento obstáculo. Incansablemente lo buscas, pero raramente lo encuentras, y empiezas a preguntarte si alguna vez estuvo allí, al igual que todo joven bautizado en un momento dado se hace esa misma pregunta, con el que durante mucho tiempo llamó Padre. Todas acaban en el fondo. Pero llega el momento de decidirse, de dar el paso. Se hace de noche y tu madre seguro que está llamando a las madres de tus amigos para saber dónde diablos estás. Y tú tienes que tomar una decisión. Probablemente, la decisión más adecuada sea pasar por donde ninguna de tus piedras hubiese encontrado el destino fatal de perderse en la oscura profundidad. Pero un idealista inconformista, con el constante piar en la cabeza, poco a poco evolucionado a un quejumbroso graznido de esperanza, pasa por el mismo lugar donde lanzó un centenar de piedras, con la única esperanza de que esa considerable cantidad de sustancia mineral lanzada en el mismo punto formen una montaña donde, de manera poco estable, al menos pasar. Ya he levantado mi pierna. Deséenme suerte.

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