Humo, cerveza y trompeta

Una barra atestada de cervezas y extrañas conversaciones.  Algunos consumidores contemplando pacientemente el escenario, mientras realizan comentarios aderezados de extravagantes composiciones y extraños sonidos de blues. Sombreros de jipijapa y corbatas ostentosas. Velas ladinas alumbrando las manos que sostienen cilindros en combustión. Una bella joven ladeando su cintura buscando un pequeño rincón en el sofá para poder descansar las caderas ardientes. Cuatro pequeños magos del sonido que suben tranquilamente al podio lateral ante la atenta mirada de las tranquilas huestes alimentadas de cebada fermentada y copas de licor rejuvenecedor. Un dulce sonido bajo comienza a circular por el recinto, surcando las nubes blancas de hojas quemadas. Le acompaña su amigo gordo de tres cabezas con viseras resplandecientes, para mezclarse en una hermosa melodía que no tarda en aderezar un dulce sonido de teclado. Una voz quebrada sueña con un viejo amor. Y la trompeta replica su sueño, para volverlo desidia, melancolía y traición. Una pareja de amigas contorneando la cintura ante la armonía desesperada. Un compañero que se acerca y abraza con la pasión perdida por el cantante a su amor verdadero, ante la mirada lacónica de una amiga que siente que la fortuna se olvidó de su nombre al completar el bombo. Un abrigo flotante en lo que fue una cadera contorneante y sonriente que busca el dolor de la fría noche para enjugar las lágrimas de la soledad. La melodía buscando su punto álgido para acabar en una fantasiosa mezcla de sonidos buscando el martirio, para ser encumbrados por el sonido seco de decenas de palmas sonrientes que han destilado miles de sentimientos en lo que dura la continua danza de ondas armónicas en sus oídos. Dos que son uno fundiéndose en un beso.

Si amigos, también existen los bares de jazz en Sofía.

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