Bucarest

Que pasa coleguillas, ya de vuelta de Bucarest y dispuesto a quemar de nuevo las carreteras búlgaras os cuento como fue mi experiencia en la capital rumana, digamos que fue una sorpresa descubrir que la "pequeña París" realmente tiene rincones que enamoran.

Ya al coger el tren el viaje pintaba buenas maneras, sentado junto a dos hermanos búlgaros la primera pregunta fue si bebía cerveza (una pregunta importante para comenzar a conocerse). La respuesta fue obvia, y el chaval se fue disparado a por unas birras para el camino..... cada vez que parabamos el colega se aprovisionaba de unas cuantas latas para que la boca no se quedara seca. El tren, mágico, sacado de una peli de los años 30 (pero con sus pintadas, eso no falla), con vagones como los de cuando nuestros padres jugaban a la peonza.

El viaje, como siempre que se atraviesan las tierras búlgaras, increible.... esta vez lo que me puso los pelos como escarpias fue atravesar el Danubio (logro desbloqueado).... grandioso, imponente.

Llegado a la capital, pues a buscar a los compañeros con los que había quedado y a buscar un sitio para acomodar las posaderas. La solución fue una voluntaria rumana con nos ofreció el piso durante toda nuestra estancia (toma ahí). El único fracaso del viaje fue la poca vida nocturna de la que disfrutamos (mis compañeros no eran exactamente Pocholo).

Dispuestos a disfrutar de las maravillas que Bucarest nos podía aportar nos dispusimos a tirar millas por la ciudad. Lo primero que más impacta de la ciudad es la mezcla de antiguos edificios, iglesias históricas, etc. mezcladas con gigantes y modernos edificios. Lo nuevo y lo viejo se abrazan en cada esquina de la ciudad.

Más allá de lo clásico de una ciudad, me encontré con un par de detalles que realmente me encandilaron. Uno de ellos fue el Atheneum, un precioso edificio que a partir de Septiembre recoge a la orquesta Filarmónica George Enescu y otras orquestas internacionales (algo por lo que volver a esta ciudad).

Cerca del Atheneum se encuentra la Piata revolution en honor a las víctimas de la revolución de diciembre de 1989, cuando el pueblo rumano se sublevo ante el dictador comunista Nicolae Ceausecu, terminando con su gobierno megalómano al ejecutarlo el 25 de Diciembre de 1989. En la plaza se puede observar un monumento que a mi me impactó enormemente, un cerebro atravesado por un elemento puntiagudo, un buen reflejo de lo que suele suceder en las revueltas contra estados autoritarios.

Deambulando por Bucarest, te encuentras con puntos agradables y recogidos, como en algunos parques, siempre bañados por un pequeño lago donde pueden hacer sus delicias los aspirantes a remeros. Muy coqueto.

Otro punto que es obligatorio en la visita de Bucarest, es el Palacio del Parlamento o también denominado Palacio del pueblo, el segundo edificio más grande del mundo después del Pentágono y construido por el megalómano Nicolae Ceausecu, en el que sólo se utilizó material rúmano derrochando miles de RONs (moneda, no bebida, borrachuzos)... (curiosamente le llamó palacio del pueblo, pero sólo lo habitaba él su familia y miembros importantes del partido, eso si empleando el dinero del pueblo, viva el comunismo stalinista) (perdón por la reseña irónica, pero si me la callo me explota la vesícula biliar)

Y bueno queridos amigos, poco más reseñable.... decenas de edificios interesantes y algún que otro museo con alguna pieza artística interesante, pero nada más fuera de lo común al visitar una nueva ciudad.

A eso sí, una noche pude disfrutar de una cena rumana, fuerte pero excelente, poniéndome como el quico. Os dejo con mi cara de felicidad disfrutando de susodicha cena. Seguimos con noticias frescas o frikadas varias en los próximos días.